- Inicio
- ¿Quiénes somos?
- Noticias
- Agenda
- EXPORTAR Exportar
-
COMPRAR
Comprar
ComprarComprarAlimentos y bebidas Aceite de oliva Alimentos procesados Alimentos saludables Arroz Carnes Caviar Dulces, mieles y
mermeladas Frutas Lácteos Vinos TIC Desarrollo de software Productos tecnológicos -
INVERTIR
Invertir
Invertir
- MARCA PAÍS Marca País
-
CENTRO DE INFORMACIÓN
Centro de información
Centro deInformaciónCentro deInformaciónInformes Documentos de trabajo Fichas Producto Destino Informes de comercio exterior Informes de departamentos Informes de países Informes sectorialesInformación estadística Clasificación Uruguay XXI Esfuerzo Nacional Innovador Exportaciones Importaciones Monitor Macroeconómico Herramientas Compradores Exportadores Inversores
- Contacto
-
Idiomas
Lo local como ventaja global: las lecciones de “Despelote” para los videojuegos uruguayos
Invitado por Uruguay XXI a LEVEL UY 2025, el ecuatoriano creador de Despelote, Julián Cordero, compartió cómo un juego profundamente anclado en la memoria, el barrio y el fútbol logró abrirse camino en circuitos internacionales de referencia
Compartir:
“Despelote es un juego sobre el fútbol y la gente”, dice Julián Cordero. Habla de su videojuego, pero podría estar hablando sobre la experiencia de cualquier país latinoamericano donde “la pelota” ordena la vida cotidiana. Nacido en Quito y hoy radicado en Nueva York, Cordero visitó Uruguay en un momento clave de su trayectoria: Despelote viene de ser seleccionado y nominado en festivales como Tribeca y el International Documentary Film Festival Amsterdam, principal encuentro de cine documental del mundo, de obtener el premio a Mejor Audio y varias nominaciones en el Independent Games Festival (IGF) de la Game Developers Conference (GDC), y de llegar a la lista de nominados de The Game Awards, el equivalente a los premios Oscar para la industria de videojuegos.
Su participación en LEVEL UY 2025, en el marco de la agenda de Uruguay XXI, se pensó para conocer su proceso creativo y como ejemplo e inspiración de un videojuego con temática local que se hizo global y posiciona a un país en el mundo.

Cordero define Despelote como “una aventura cotidiana semiautobiográfica que toma lugar en Quito en 2001”. El jugador controla a un niño de 8 años, “una versión idealizada de mí, un Julián pequeño que está obsesionado con el fútbol mientras Ecuador está más cerca que nunca de clasificar al Mundial por primera vez”, cuenta. Esa tensión entre la vida íntima y un momento histórico del país recorre todo el juego.
El resultado es un título que, desde un barrio concreto de Quito y una memoria muy personal, se ha instalado en la conversación global sobre videojuegos. ¿Cómo se logra eso desde el sur? Para Cordero, la respuesta está en apostar por lo propio.
La “universalidad de lo específico”
Una de las ideas que más repitió en Montevideo tiene que ver con el valor de la identidad local como diferencial para competir afuera. “Siento que el juego se fue convirtiendo en este tipo de memoria colectiva de ese momento, de ese año 2001. Son muchos recuerdos muy específicos, pero de cierta manera colectivos”, explica.
Esa especificidad —el barrio, el parque, las voces, los partidos de la selección ecuatoriana camino al Mundial— no fue una traba para la internacionalización. Al contrario, se volvió un activo. “Hay una universalidad dentro de lo específico. Mientras más específicos podíamos ser con el juego, más la gente terminaba conectando, no sé por qué funciona así”, admite.

Para los estudios uruguayos, el mensaje es claro: la exportación de videojuegos no implica renunciar a lo local, sino trabajar con rigor esa identidad. Montevideo, el interior, la costa, la cultura futbolera, la música, el humor y los ritmos cotidianos pueden ser, como en Despelote, insumos poderosos para construir un producto que destaque en mercados saturados de escenarios genéricos y a la vez ayude a posicionar al país en el mundo.
La cultura como lenguaje exportable
En Despelote no hay estadios con césped perfecto ni grandes superproducciones. Hay un parque inspirado en el Parque La Carolina, en Quito, y una pelota que viaja por ese espacio.
El fútbol atraviesa la cultura ecuatoriana, tanto como atraviesa la uruguaya. Pero Despelote elige un enfoque distinto al de los simuladores deportivos tradicionales. Esa combinación —un código cultural fuerte como el fútbol, tratado desde la experiencia cotidiana y no desde el espectáculo— es también una pista para Uruguay: usar símbolos compartidos regionalmente como la pasión futbolera, pero mirados desde la vereda, la plaza, la charla informal, puede generar productos con gran potencial exportador sin perder su raíz local.
Su trabajo con voces reales, acentos y formas de hablar da verosimilitud a la vez que construye una memoria compartida. “Siento que el juego se fue convirtiendo en este tipo de memoria colectiva de ese año 2001”, dice.
En clave de exportación, esto muestra que la lengua, el acento y las referencias locales no son un obstáculo, sino un valor diferencial. Mantener el español, los giros propios y las referencias culturales puede convertirse en una marca de identidad para llegar a nichos internacionales que buscan experiencias distintas y auténticas.
Publishers, demo y financiamiento: la estrategia detrás del caso
Detrás de Despelote hay siete años de trabajo. En las primeras etapas, el proyecto contó con el apoyo del Ministerio de Cultura de Ecuador a través de un fondo específico para videojuegos, que ayudó a sostener el proceso creativo.
A la hora de buscar financiamiento internacional, el equipo partió de una definición clara. Querían hacer un juego muy ecuatoriano, muy específico en su relación con el fútbol y con la ciudad, y debían encontrar a quienes estuvieran dispuestos a apostar por esa visión.
Cordero es cuidadoso a la hora de dar “recetas” a otros estudios, pero la experiencia de Despelote deja algunas lecciones concretas sobre cómo presentar un proyecto local en mercados globales.

Por un lado, insiste en la importancia del momento de mercado. Cuando buscaron financiamiento, varias compañías internacionales estaban abriendo líneas específicas para proyectos diversos y autorales. “Tuvimos suerte del timing”, admite. Hoy percibe un escenario más desafiante, incluso para estudios con buenos proyectos.
Por otro lado, subraya el rol decisivo del demo jugable. En plena pandemia, el equipo elaboró un pitch y un demo sólido y los envió a una lista muy reducida de publishers que habían investigado previamente. De sus tres candidatos ideales, dos se interesaron en el proyecto. La elección final fue Panic, publisher de Firewatch y Untitled Goose Game, entre otros.
“La conversación con Panic nos dio confianza: se notaba que habían jugado el demo, que lo habían discutido y entendido. No nos pedían hacer el juego más ‘tradicional’, querían apoyar esa mirada específica”, relata. Para él, el demo pesa más que cualquier presentación: “Si el demo está fuerte, el pitch deck puede ser más simple; al final ellos se van a encargar de venderlo, lo que necesitan es ver el juego en acción”.
Cordero asume que Despelote no es un título pensado para maximizar ventas, y que el retorno económico no fue el eje de sus decisiones de diseño. Sin embargo, considera que para el publisher el juego sí tiene un valor estratégico: construir un catálogo reconocible, asociado a experiencias arriesgadas y con identidad, aunque no sean las de mayor volumen de ventas.
Nichos globales para historias propias
En su paso por LEVEL UY, Cordero también comparó la situación de la industria ecuatoriana con la uruguaya. En Ecuador, señala, aún no existe un caso de éxito global equivalente al uruguayo Kingdom Rush y hay menos estudios con trayectoria prolongada. Desde su mirada, Uruguay cuenta ya con empresas consolidadas y desarrolladores con muchos años de experiencia, algo que no es frecuente en su país.
Para Uruguay, su caso funciona como doble espejo: por un lado, muestra que un proyecto muy localizado puede alcanzar reconocimiento global; por otro, sugiere que un ecosistema más maduro, como el uruguayo, podría capitalizar aún mejor este tipo de apuestas.
Una parte del intercambio con el sector local giró en torno a una tensión conocida: ¿debe un estudio hacer “el juego que quiere jugar” o el juego que el mercado está comprando? Cordero escucha con atención los consejos que recomiendan mirar tendencias y géneros más vendidos, pero su experiencia fue otra.
“Yo estaba más en modo artista, quería explorar qué lugar tiene el fútbol en mi vida y en la vida del país. Si no hubiera creído realmente en esa idea, el juego no habría llegado a ser lo que es”, admite. En lugar de ir detrás de formatos ya establecidos, apostó a que, fuera del mainstream, existen nichos globales dispuestos a consumir historias muy específicas, siempre que estén bien ejecutadas y encuentren los socios adecuados.
Despelote muestra que un juego nacido de una experiencia muy personal, construido con recursos accesibles, documentando una ciudad específica y conservando su lengua y su acento, puede llegar a audiencias globales si se trabaja con profundidad la identidad, la narrativa y la estrategia de internacionalización.
Para Uruguay, que ya cuenta con estudios consolidados y casos de éxito internacional, el ejemplo refuerza una idea estratégica: los videojuegos también pueden ser vehículos de imagen país y exportación de contenidos creativos, siempre que se animen a contar historias propias, desde aquí y hacia el mundo.