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“Uruguay tiene una industria musical muy robusta, con un nivel interpretativo y de producción altísimo”
Héctor Mora, curador de Rock al Parque, visitó Uruguay en el marco de Cosquín Rock con apoyo de Uruguay XXI y reflexionó sobre la escena, su identidad y proyección
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Durante el Cosquín Rock Uruguay 2025, Uruguay XXI impulsó una misión internacional que reunió a programadores de festivales de toda Iberoamérica con artistas de la escena local. Entre ellos estuvo Héctor Mora, curador de Rock al Parque, uno de los festivales más importantes de América Latina. Mora recorrió Montevideo con mirada atenta, escuchó, tomó nota y conectó con una industria que —según afirma— sorprende por su profesionalismo, su identidad sonora y su potencial de exportación.
En esta entrevista, destaca el nivel vocal de los artistas uruguayos, la accesibilidad melódica de sus canciones y la potencia emocional de expresiones como la murga, a la que define como “un ejercicio de lectura de sociedad”. También señala la robustez estructural del sector musical, al que considera más sólido que el de muchos países del continente.
—¿Cómo fue reencontrarte con la escena uruguaya en esta visita, en el marco del Cosquín Rock y la misión organizada por Uruguay XXI?
Conozco la tradición del rock uruguayo desde hace muchos años. El año pasado tuvimos a Buitres en Rock al Parque, y fue claramente un momento de reconocimiento a una banda que ya lo había hecho todo en la historia del rock latinoamericano. Para nosotros era una agrupación importantísima que nunca había estado vinculada al festival, así que sentíamos que era una deuda de varias décadas.
Esa invitación fue muy especial porque abrió la puerta a descubrir otros sonidos. En Colombia, por cuestiones de distancia, el material musical de Uruguay no siempre nos llega con facilidad. Creo que eso ha empezado a cambiar en los últimos años, gracias a los medios de comunicación y las plataformas digitales, pero aún así conocer bandas más allá de nombres como La Vela Puerca, Cuarteto de Nos, No Te Va a Gustar, Buitres o Trotsky Vengarán no es sencillo.
Sé que Uruguay tiene una historia muy rica alrededor del rock, y esta visita me permitió confirmarlo. Gracias al apoyo de Uruguay XXI, vi propuestas nuevas que nos van a permitir conocer más artistas, ampliar el espectro y —como suelo decir— hacer que los algoritmos también empiecen a trabajar a favor de esta música. Me llevo inquietudes, material para seguir investigando y sobre todo, muchas ganas de profundizar en esta escena.
—¿Qué diferencias encontraste entre el rock uruguayo y otras escenas latinoamericanas?
En esta visita vi otras generaciones que claramente corresponden a historias actuales, que describen otro tipo de inquietudes en la música y en el arte de Uruguay hoy en día. Creo que estoy comenzando a descubrir algo en la diferencia del sonido de Uruguay y de Argentina.
Puede haber algo en los acentos, pero es en la estructura donde siento que estoy empezando a ahondar en un universo amplio. Estoy en una faceta en la que me doy cuenta de que el rock uruguayo es diferente al argentino, al chileno… no solo por los acentos, sino por cómo construyen las historias. A nivel vocal hay diferencias, sí, pero también noto que las narrativas acá son más relajadas. Me parece que la forma de contar es más natural, sin importar si se trata de punk, de rock pop o de un indie más elaborado.
En consonancia con eso, he notado que la gente en Uruguay es muy amable, no da muchas vueltas, y las emociones surgen de una manera muy simple. Las canciones hablan de lo cotidiano, de la vida común, con referentes muy aterrizados. No buscan tanto lo etéreo ni se complican intentando llegar a otras esferas. Seguro hay artistas que sí trabajan esas dimensiones, pero en general veo letras más relajadas, menos cargadas de otro tipo de presiones. Y eso me llama la atención.
Aquí las canciones parecen pensadas para que cualquiera pueda escucharlas y entenderlas. Conectan más fácilmente con distintas generaciones. No son referentes tan de época, sino que abordan situaciones que atraviesan los años: inquietudes de la vida, del amor, de lo cotidiano.
—¿Qué rol creés que juegan las bandas históricas uruguayas como referentes sonoros y formativos para las nuevas generaciones que emergen hoy en la escena?
Cuando hablas con otras agrupaciones, hay un orgullo sobre la historia del rock uruguayo, y muchos reconocen estas bandas —Buitres, Trotsky, el Cuarteto de Nos, No Te Va a Gustar, La Vela Puerca— como una influencia en alguna de sus líneas. Las han escuchado y, en algún momento, se han sentido identificados.
Yo creo que eso es importantísimo. Cuando en un país ya tienes algunas agrupaciones, algunos artistas que han logrado abrir un camino y generar parámetros o referentes, eso impulsa a los que vienen detrás y los motiva. Y es algo inevitable que, a nivel de sonido, pues obviamente bandas como estas que estamos mencionando —que tienen un recorrido ya de décadas y muchos álbumes— influyan en lo que estás tratando de interpretar. Bien sea porque haces covers o versiones, o porque la estructura de las canciones la piensas con base en esas referencias.
—¿Qué elementos te llamaron la atención dentro del rock uruguayo?
La estructura de las canciones normalmente no es tan rebuscada. No es que estén cambiando los puentes en cada momento, que los estribillos aparezcan pocas veces o que haya secciones que no se repiten. Las canciones son muy radiales y eso me parece importante.
Y el trabajo de las voces... el trabajo de las voces en el sur del continente es muy notable. Todo el mundo tiene que cantar bien. Y a veces eso, un poco más arriba en el continente, se tiende a olvidar un poco. La importancia de la voz y del desarrollo de las melodías es lo que hace que la música uruguaya sea más radiable, más agradable para la gente. Hace que la letra se quede más fácil en la memoria del público.
Todo eso suma y, sin lugar a dudas, son lo que son también por la historia que tienen.
—¿Qué bandas te sorprendieron durante tu visita a Cosquín Rock Uruguay y qué características destacarías de cada una?
Lo que vi en Uruguay es muy diverso. Por ejemplo, encontrás propuestas que no son necesariamente de cantautora en ese sentido tranquilo y pasivo que a veces se asocia al término, ¿no?
Me llamó mucho la atención Flor Sakeo, que es una propuesta más agresiva, con algo de stoner rock, que a veces se vuelve lento, denso, y de pronto aparece un poquito de punk, un poquito de rock fuerte, pero con un trabajo melódico y de voz muy refinado.
Mentolados me pareció una propuesta también muy interesante, con un rock indie distinto, muy radial, muy actual, muy amigable para la radio. Y, por ejemplo, Mota me pareció impresionante. No los conocía. Me declaro fan desde ya. Tienen una energía brutal y un sonido que puede trasladar fronteras de una manera muy especial, con mucha identidad uruguaya.
En ese sentido, hay mucho, mucho. Manolo y los Vespass, por ejemplo, con un sonido más barrial, más alternativo. Me gustó también lo de Abuela Coca. Conocía el nombre, pero no me había acercado a su propuesta. Me enteré de que se habían reunido hace poco y noté una identidad muy fuerte en la gente: estaban muy felices de ver ese encuentro. Había varias generaciones celebrándolo. Es como otro rock, un poquito más clásico.
Eté y los Problems tienen otra línea, más melódica dentro del indie, a veces más íntima en las letras, más interiorizada, reflexiva, centrada en los sentimientos. Me pareció muy interesante, porque si nos damos cuenta, todo es diferente.
Cada uno de esos grupos tiene un estilo sonoro distinto, y todos están dentro de una línea muy fuerte. También vi propuestas con un estilo más fuerte de hip-hop, y claro, los clásicos: Cuarteto de Nos, que ya conocía porque tienen un trabajo muy fuerte en Colombia, lo mismo que Trotsky Vengarán. Pero a La Vela Puerca, por ejemplo, no los había podido ver nunca en vivo, aunque estuvieron una vez en Rock al Parque. Así que también me puse un poco al día con esas deudas importantes que uno tiene con la historia del rock latinoamericano.
Y además, Slow Burnin’ me gustó mucho, en una onda más de reggae, reggae rock. Entonces, lo que noto es que tienen de todo.
—¿Cuál es tu impresión sobre la estructura y el potencial exportador de la industria musical uruguaya?
Me queda como conclusión que tienen una industria muy robusta, con un sonido que es muy fácil de escuchar para todos los que hablamos español y con una producción de altísimo nivel. Tienen un nivel interpretativo muy alto, con un promedio de composición, de interpretación, de performance en escenario muy arriba.
Creo que el hecho de que sean un país un poco más pequeño hace que las propuestas queden muy sólidas acá y que, al momento de exportarlas o de presentarlas en otro lado, tengan también una gran identidad.
Así que tienen una gran ventaja. Una red, me atrevo a decir, una industria mucho más robusta que la que podríamos tener en otros países hacia arriba, no solo en el norte de Sudamérica, sino hasta Centroamérica, llegando casi a México.
Y además tienen letras refinadas, que ayuda muchísimo para mercados como el español. Aquí, al igual que en Argentina, hay una cultura de lectura, una cultura de escuchar las letras, de escribir bien para poder transmitir ideas. Creo que Uruguay tiene esa riqueza lírica en su verbo, en todo lo que viene a ser esa prosa que hace que esté en un nivel muy alto.
El nivel de producción es muy bueno también. Hay productores uruguayos que son reconocidos en Colombia, hay artistas y músicos que seguramente nos estarán presentando otras historias, otras formas de ver.
—¿Qué valor encontraste en el cara a cara con artistas, managers y agentes de la industria uruguaya durante las rondas de negocios?
Conocí muchas personas de la industria, muchas agrupaciones. Te reencuentras con gente con la que de pronto ya habías trabajado pero a distancia, y entrar en un contacto un poco más humano —digamos, hoy en día que todo es digital, que todo es un poco más deshumanizado o a la distancia— es algo muy importante. Poder compartir esas experiencias y encontrar confianza en este tipo de industrias; creo que la confianza y la credibilidad lo son todo.
Entonces, quedan obviamente contactos con festivales de acá, con gente que tiene salas, con agrupaciones, y vamos a ver cómo se va desarrollando todo eso tanto en vías de circulación de la música como también en otros aspectos más ligados a la industria fonográfica: promoción, producción, ese detrás de escena que también es fundamental.
Este Cosquín y las rondas de negocio fueron muy buenas. El nivel de producción es alto. A nivel general no hay nada que envidiarle a otras industrias del continente.
Entonces, creo que se cuenta con un respaldo importante y con la tradición de un país que realmente le gusta este tipo de sonidos, que ha desarrollado eventos en torno a ellos. No ha sido un proceso marginal —por lo menos, eso siento en los últimos años.
Aquí adoptaron el rock como parte de su propia historia y hay un orgullo sobre esas historias, y eso es lo más importante, porque es lo que realmente motiva a nuevas generaciones a seguir haciendo este tipo de música. Acá hay músicos que lo que han hecho toda su vida, claramente, es rockear. Y eso impulsa a muchas otras generaciones. El nivel de producción es alto, y en cuanto a competitividad internacional, creo que están tranquilamente a la par con muchos otros territorios.
—¿Qué descubrimiento inesperado te llevás de este Cosquín Rock Uruguay, algo que no venías buscando pero que te marcó?
Lo de la murga —el género coral y teatral típico de Uruguay— Agarrate Catalina me pareció, la verdad, un ejercicio de lectura de sociedad que va mucho más allá del hecho musical.
El lugar estaba repleto. Y de alguna forma, todo el mundo comulgaba frente a un tipo de actividad donde la gente no se conoce, pero de un momento a otro todos comienzan a hacer un ejercicio colectivo. Y eso construye sociedad, construye ciudad.
Fue increíble. La gente cantaba feliz todas las canciones, canciones de varias generaciones. Todo el mundo sabía que se estaba sumando a algo. No importaba para dónde iban, pero iban juntos. Eso me pareció supremamente valioso. Era más que una banda, más que un estilo. Era conocer a la gente uruguaya en algo tan importante como lo es la murga —que ya sabemos que es famosa internacionalmente—, pero me dio un sentido mucho más humano de lo que puede ser ese tipo de folclore y de representación de la cultura de un país.
No esperaba, por ejemplo, ese tipo de encuentros tan fuertes. A veces la industria musical es un poquito fría. Pero cuando encontrás cosas que se conectan de esa forma, te das cuenta de que de verdad hay una identidad de nación. Y eso, para mí, es lo que mejor funciona en el rock.
Hoy en día hay muchos países. Todo el mundo presenta historias, todo el mundo tiene canciones, todos tocan —al final de cuentas— los mismos acordes, solo que en distinta distribución. Pero esa visión desde otra cultura, esa manera de contar, es lo que puede dar una identidad, lo que marca la diferencia frente a un rock mexicano, un rock colombiano… Y eso acá lo viví.
—¿Qué imagen te llevás de Uruguay como país y qué creés que aporta a la cultura latinoamericana desde tu mirada como curador?
El desarrollo del país es claro. Es el país con la mayor clase media en América Latina, con un desarrollo económico que es envidiable para muchos otros en el territorio, y con unas políticas que, a lo largo de los años, también han demostrado ser de vanguardia.
Creo que el legado de Uruguay como nación, en ese sentido y en su aporte a la cultura, es único a nivel latinoamericano. Y nos motiva a muchos.
Es eso; creo que da mucha esperanza, motiva, es muy positivo. Uno sale recargado de energías, de ideas, de muchos proyectos.
“El rock uruguayo tiene una forma muy particular de contar: más natural, más relajada, sin buscar lo etéreo ni complicarse con esferas abstractas”.